Una selección para meterse de cabeza

Tessa Ia, cuerpo y cara de la violencia en la mexicana Después de Lucía, de Michel Franco.

Por fin salió el sol en Mar del plata y el fin de semana largo trae una marea de turistas. El domingo terminará esta 27a edición pero todavía queda mucho para ver. 

Por el boulevard marítimo Peralta Ramos pasa gente corriendo en ropas deportivas, andando en rollers, skate o longboard; grupos de amigos toman mate o cerveza en la vereda, mirando al mar; en la plaza España, un ensamble de percusión da el ritmo a un pequeño grupo de bailarines-gimnastas más que contentos con el sol del crepúsculo.

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Es un misterio el criterio por el cual la gente elige películas en un festival. «Nosotros salimos del trabajo y venimos acá, a ver qué queda», comentaba a Fuera de contexto una pareja de profesionales de alrededor de 50 años. «Se empieza a correr la bola de que una es buena y ya se agotan las entradas», agregaba una docente de secundario en la boletería del Ambassador. Llama la atención acá, a diferencia del BAFICI, la cantidad de gente «no-experta» que se ve en las funciones: parejas de adultos mayores, chicos de colegio secundario, oficinistas solos.

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Hay destacados exponentes del buen cine en las Competencias Latinoamericana e Internacional. Después de Lucía, de Michel Franco, nos introduce en la vida de un chef mexicano que pierde a su esposa en un accidente vial y se muda al DF con su hija, Alejandra. Víctima de un abuso escolar en su nueva secundaria, la película muestra con fuerza, por momentos extrema y sin medias tintas, la descomposición interna de su vida, agravada por su falta de comunicación con el padre. En la Internacional, la nueva película del rumano Cristian Mungiu (Palma de Oro en Cannes con 4 meses, 3 semanas, 2 días) construye en Beyond the hills las peripecias de una posesión satánica en un convento rural ortodoxo de hoy en día, sin electricidad pero con la paranoia y el ocultismo que solo las religiones milenarias saben preservar.

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Las locaciones de los cines son muy adecuadas: están concentrados en un radio de no más de cinco cuadras, un poco lejos del centro. La excepción es el teatro Auditorium, en el edificio del Casino Central, donde además de proyecciones están el Punto de Encuentro (para actividades especiales), la Tienda de recuerdos y la Sala de Prensa. Los otros cuatro son un antiguo multicine de la época de esplendor de Mar del plata (Ambassador), dos modernos shopping centers iguales al resto del mundo (Cinema y Cines del Paseo) y un teatro vistoso e imponente (Colón).

Proyecciones estelares

Besedka Johnson y Dree Hemingway, my new best friend, en Starlet, de Sean Baker.

El Festival de Mar del plata llega a su primera mitad con cuarenta y cinco mil espectadores en cinco días. Hoy tocan Violentango y Diego Torres y mañana Miranda! Sigue lloviendo, ideal para ver el mejor cine del mundo.

Las conversaciones en las colas y en los asientos antes de la función son probablemente las únicas instancias en las que la gente opina con sinceridad y sin tapujos sobre las películas. Fuera de contexto ofrecerá a continuación un popurrí de estas opiniones de trinchera:

«Memories look at me: un bodrio, aburrida, lenta.»
«La última de [José Celestino[ Campusano… más de lo mismo»
«Domestic… festivalera»
«Cine argentino yo no veo… después voy al Gaumont»

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Pines: 10$. Llaveros: 20$. Gorras: 30$. Catálogo: 50$. Remeras: 70$.

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Starlet es la tercera película de Sean Baker (creador de Greg the bunny!) Nos introduce en la vida de Jane (Dree Hemingway), una rubiecita que trabaja como adult actress en la costa Este de EEUU. Vive con una colega, digamos, en una casa tierna e infantil que quiere renovar. En ese proceso, conoce a Sadie (Besedcka Johnson), una señora de 85 años que vive sola y triste. La relación entre estos improbables personajes es el núcleo de una película que, como el buen cine norteamericano independiente de estos últimos años (Pavilion, de Tim Sutton, también en el festival, es otro ejemplo) tiene una ligereza y unos colores, una luminosidad despreocupada que nos da una amplia visión.

Otro ejemplo de esta nueva camada es Only the young, de Elizabeth Mims y Jason Tippet. En el Foco «Skate y patinetas», la presentó el señor programador Nekro con la extrañeza de que era una película de jóvenes skaters y punk que adoraban a Jesucristo. Semi-documental, adolescentes haciendo de ellos mismos y dándose besos en casas abandonadas donde planean construir un half pipe. Sin golpes bajos, la película aborda desde la crisis de las hipotecas hasta la generación 2.0, con una mirada justa y una fotografía hermosa e inocente.

Terraza al cielo

Alejandro Awada, el malo en De martes a martes, de Gustavo Triviño, que se estrenó hoy en el Festival.

Juan José Campanella está en Mar del plata, más precisamente a tres metros de quien esto escribe, trabajando en la Sala de Prensa en el Casino Central. Se ve una ventana de mail, antes estaba hablando por celular y cada tres o cuatro minutos se le acerca algún periodista o fan que haya logrado ingresar al recinto y no pueda menos que -es justo aclarar- felicitarlo por su trabajo y por el lugar de visibilidad que ha alcanzado para nuestro cine. A las 14 hs brindará una charla donde presentará avances de Metegol, su nueva película animada en 3D, a estrenar en 2013.

Hay actividades especiales todas las noches en el Punto de Encuentro. Mañana toca Violentango. Hay también conferencias y masterclass, como la del lunes con Rich Moore, director de Ralph, el demoledor para Disney/ Pixar. Hubo homenajes, asimismo, a grandes del cine nacional como Hugo del Carril y Narciso Ibáñez Menta.

Dentro de las salas también pasan cosas interesantes. El cine argentino trajo algunos pesos pesados como De martes a martes, ópera prima de Gustavo Triviño. Juan Benítez es un obrero tosco y con una vida gris que una noche presencia una violación. Tras perseguir al violador, la película cuenta el recorrido de Juan en la búsqueda de un futuro mejor para su familia, ahora que posee ese secreto. A pesar de que trata un asunto por demás importante, su propuesta cinematográfica cae en ciertos clichés del rico-bueno-perverso descubierto por el pobre-honrado-salvador.

Grandes sorpresas nos trae, por suerte, el cine latinoamericano. Todo el mundo tiene a alguien menos yo, de Raúl Fuentes, nos sumerge en la vida de una editora literaria treintañera que se enamora de una colegiala de dieciocho años. En el mundo de la clase alta del DF mexicano, la construcción de la película apela al nítido blanco y negro, a los planos cortos y a una soberbia elección musical para documentar dos vidas, pero también un mundo lleno de incertezas y búsqueda. Las cosas como son, de Fernando Lavanderos, nos ubica en Santiago de Chile en una época, la actual, plena de contradicciones. Jerónimo tiene un hostel y aloja a una noruega que viene a trabajar en una escuela marginal. Enfrentado a sus contradicciones internas y a una situación familiar complicada, su relación tejerá el camino entre el individualismo y el cinismo. Claramente, sin salida.

Acaba de entrar a la sala Flavio Cianciarullo, que tocó el domingo con Boom boom kid. Qué tal, Flavio,

Lluvia para las películas en la playa

Nekro al frente de Boom boom kid, estallando el Skater park en el Festival Internacional de Cine de Mar del Plata.

Arrancó la 27a edición del Festival Internacional de Cine de Mar del Plata. Panoramas musicales, reivindicaciones del Super-8 y hasta una sección sobre el mundo del skate desbordarán la ciudad por ocho días pre-veraniegos.

La primera sensación ante un festival de cine es la inabarcabilidad. Solo basta reconciliarse con eso para disfrutar. Mar del Plata, además, tiene el mar entre sus encantos geográficos. Como por ejemplo, ver a Boom boom kid al atardecer bajo un cielo totalmente nublado, negro y lluvioso pero que a los cinco segundos de arrancar se vea una marea de cien pibes que en la época de Fun People ni habían nacido lanzándose a poguear en el pasto. Y Nekro, el cantante, es todo un showman contracultural. Pantalones cortos y decorado rosa de fondo.

Una buena idea es pensar el recorrido por secciones. El Festival tiene tres Competencias de largometrajes: Argentina, Latinoamericana e Internacional. La segunda me interesa, sobre todo el cine chileno, uruguayo y mexicano. En esta edición están, por ejemplo, la chilena Las cosas como son (de Fernando Lavanderos), que cuenta la historia entre ficcional y real de un joven que alquila habitaciones a extranjeros y recibe la visita de una chica noruega que hace trabajo social en una ONG. También Después de Lucía (de Michel Franco), sobre la mudanza de una adolescente y su padre desde un pueblo del interior de México hacia el DF tras la traumática muerte de la madrea. La uruguaya El Bella Vista (de Alicia Cano) reconstruye la historia de un antiguo club de fútbol devenido prostíbulo de travestis, en una zona rural del departamento de Durazno.

Una nutrida sección musical también aporta al Festival. Y música en vivo: el viernes toca Miranda! en el escenario que seguramente siga caliente después de BBK.

El havannet de coco

Turistas disfrutan del día soleado en la rambla de Mar del Plata, frente al Casino Central, el lunes pasado.

La noticia más importante que traje de mi reciente viaje a Mar del Plata es que Havanna ya no fabrica más los Havannets de coco. Los famosos conitos, esponjosos y apetitosos, de envoltorio color crema y delicada consistencia con sabor a coco, han desaparecido del mercado. Si fuéramos Clarín, diríamos que nos los quitó el Gobierno.

Otro hecho desafortunado fue el viaje. Tardamos trece horas de Buenos Aires a Mar del Plata. De acá a Dolores, nunca hicimos más de cinco minutos a velocidad sostenida. Obviamente, por necesidades físicas, paramos dos veces. Si hubiéramos seguido sin parar, dicen algunos, habríamos llegado antes. Si hubiéramos utilizado las generosas banquinas de la ruta 2, como otros compatriotas, nos habríamos ahorrado horas de precioso tiempo

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En una entrevista publicada en 2001 en Punto de vista (n° 71) me di cuenta, una vez más, de las cosas que ven los extranjeros y nosotros no por vivir acá en medio del quilombo.

El urbanista era un chileno llamado Max Welch Guerra, que era especialista en las reformas de Berlín tras la caída del Muro. Parece que en esa ciudad, la división y el rol político la habían convertido en «un campo de experimentación social», cuna de movimientos como los de tomas de casas. Pero después, tras un apoyo estatal fuerte, se dio un «quiebre económico y cultural» que cristalizó, por un lado, en el «small is beautiful» y, por el otro, en «mucha gestión directa, con mucha intervención social, en el intento de adaptar el proceso de renovación de cada barrio, de cada cuadra, a las condiciones de sus habitantes concretos».

El tipo dice que, en Buenos Aires, le llamó poderosamente la atención «la ausencia de debate social sobre los temas de la ciudad». En Berlín, cuenta, siempre debaten al menos cuatro sectores: los técnicos de los municipios o comunas (que son personal independiente de los sucesivos gobiernos), los políticos (que se han vuelto conscientes de los temas urbanos), los ciudadanos (siempre interesados en los asuntos locales) y los universitarios y periodistas especializados.

Después, la parte que más me extrañó, fue cuando habla de los subtes.

«Aquí en Buenos Aires me sorprende el consenso que tiene la política de ampliar la red del subte, una solución magnífica, pero muy cara. ¿Cuál es la razón por la que se decide realizar un subterráneo y no una red de tranvías, que se construye con mucho menos dinero, es más flexible y genera una estructura mucho más reticular? La única razón es que el tranvía le quita espacio de calzada al automóvil. Entonces, el consenso sobre el subterráneo es una respuesta oportunista para ocultar que se quiere seguir incrementando el tráfico de autos en la ciudad a costa de fondos públicos.»

¡Elemental, Watson! Abajo los subtes, abajo los trenes urbanos, aguante el tranvía.

Ahí, acurrucada, en la arena

Autora desconocida (bah, está entre dos). s/t. Fotografía digital color, toma directa. 2010.

En la época de oro de los fotologs, año 2005, 2006, solía visitar un par con relativa frecuencia.

Me acuerdo del de una piba tres años más chica que yo, compañera de división de mi enamorada de ese entonces. Su fotolog estallaba en fotos redundantes y horribles de ella con sus amigas (que eran siempre más o menos las mismas) sonriendo o haciendo caras. Cada foto estaba acompañada de un texto cursi que decía cosas como «porque siempre estás cuando te necesito/ porque si te mando un mensajito para que me traigas un paquete de Yapa me lo traés», en fin, no me acuerdo, todo obviamente con errores de ortografía, sintaxis…

Pero una foto me pegó. Estaba ella descansando la cabeza en los brazos cruzados sobre una mesa de madera lustrada, mirando a la cámara. Solo se veía su ojo izquierdo -el otro estaba tapado por su antebrazo. La luz se reflejaba en la dorada madera de modo que le otorgaba una particular luminosidad, prístina. Y ella miraba con tristeza. Me miraba con tristeza.

La guardo todavía. No la subo porque nunca me llevé muy bien con esta chica ni me interesa divulgar su nombre. Pero me acordé cuando vi la foto que encabeza este post. Ella es mi amiga C. en Mar del Plata, jugando con la cámara profesional de su amiga, también C. En verdad es amiga de mi novia, y cuando estuvimos en la ciudad feliz con mi hermano en enero salimos un par de veces con ellas.

Una tarde, en la playa de una conocida radio, sacamos varias fotos. Aprovechando mi presencia, las chicas hicieron varias monerías y me pidieron que las inmortalizara con su cámara digital. Al llegar acá pude ver todas las fotos. Entre las que no había sacado yo, esta, particularmente, me llamó la atención.

Será la espuma del mar, que a tan rápida velocidad de obturación parece inmóvil y esfumándose por la esquina del cuadro. O será ella, oscura, inocente, pero al mismo tiempo frágil y radiante, escondida en ese pozo de sombra entre tanta luz de la playa a su alrededor.

Será tal vez la foto que ella está sacando. Una foto en la que no va a salir y que no vamos a poder ver, al menos ahora. Porque ahora la vemos a ella y a su cámara, al acecho, ahí, acurrucada, en la arena de Mar del plata.