El belga Jérémie Renier y el argentino Ricardo Darín, protagonistas de Elefante blanco, de Pablo Trapero.
ELEFANTE BLANCO
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– Dirección: Pablo Trapero Guión: Pablo Trapero, Martín Mauregui, Santiago Mitre y Alejandro Fadel. Producción ejecutiva: Pablo Trapero y Alejandro Cacetta. Dirección de Fotografía: Guillermo Nieto. Elenco: Jérémie Renier, Martina Gusmán, Ricardo Darín, Walter Jakob, entre otros.Como un reloj suizo, cada dos años los amantes del cine esperamos la nueva película de Pablo Trapero. La última había sido Carancho, esa que compitió en Cannes con una cálida recepción pero que fue opacada en la recepción local por el tanque de Campanella, El secreto de sus ojos.
En esas dos, más la aquí comentada, Ricardo Darín había sido protagonista. Antes abogado o policía, en esta ocasión encarna al padre Julián, un cura villero con funciones en la Ciudad Oculta de la Buenos Aires de hoy día. Esta es una de las notas brillantes del cine de Trapero: una atemporalidad que nos hace pasar del desconcierto a la vergüenza. ¿Cómo, sigue habiendo curas villeros? ¿Sigue habiendo mafias que se disputan territorios lejos de la ley? ¿Sigue habiendo represión policial y criminalización de la pobreza?
Todo empieza con la llegada de Nicolás (Jérémie Renier), un joven sacerdote belga sobreviviente de una masacre en la selva amazónica, donde trabajaba hasta que su diócesis cayó producto de un escuadrón paramilitar. La culpa y el sentimiento de deber se entremezclan en sus tareas, al tiempo que debe negociar la autoridad con Julián, de otra generación. Completan el cuadro Luciana (Martina Gusmán) una trabajadora social bienintencionada pero decidida, y Lisandro (Walter Jakob), el otro cura de la capilla.
Lo destacable del cine de Trapero es que, quince años después del «nuevo cine argentino», se las arregla para pintar problemáticas sociales en su cualidad concreta y sin golpes bajos. Una facción mata a un niño de una facción rival y se queda con el cuerpo: ¿debe ir el cura a buscarlo o limitarse a su función pastoral? También ha demostrado una mirada perspicaz para identificar esos puntos de la política olvidados por el progresismo, pero no para proponer una solución sino para apuntar a las micro-políticas cotidianas que al tiempo que sostienen todo «con alambre» no permiten su solución.
La cámara se mueve como pez en el agua en los pasillos y las calles de Ciudad Oculta, con una versatilidad y mirada que constituye de los mayores aciertos de la película. Desde el «elefante blanco», ese edificio abandonado que iba a ser el hospital más grande de Latinoamérica, se pueden ver las portentosas torres de los vecinos barrios acomodados, esos que los pibes que fuman paco en sus balcones nunca llegarán a habitar.
Cuando queda claro que está todo como el orto, Elefante blanco nos permite percibir, por lo menos, para qué lado tenemos que rajar cuando viene la policía democrática con los caballos a cagarnos a palos.