Campamento alien

Marianna Rothen. Pool 1

Marianna Rothen. Pool 1, de la serie Alien camp. 2003. Fotografía Polaroid SX-70. Medidas variables.

Hace un par de domingos aparecieron en el Clarín dos notas contrapuestas. Desconozco si el editor lo hizo conscientemente o si, por el contrario, se trató de una de las casualidades típicas de nuestro país.
La primera celebraba que la ciudad de Buenos Aires había rankeado cuarta a nivel regional en una lista internacional de las mejores ciudades para los jóvenes. Como atributos más destacados se enumeraban la cultura, el transporte y la educación. La primera, recapitulaba una ejecutiva de la empresa que había oficiado de partner local de la investigación, reconocía la cantidad de teatros, bares, librerías y festivales que inundan nuestra ciudad y componen una «oferta cultural» de primera calidad. En cuanto al transporte, destacaba la importante red de colectivos, subterráneos, trenes y metrobuses (lo contaban como otro medio de transporte) que funcionan 24/7 y cubren las principales arterias de la metrópolis. Por último, la educación se destacaba a nivel regional por la cantidad de estudiantes universitarios que hay en la ciudad (si mal no recuerdo eran casi trescientos mil), la variedad y calidad de los establecimientos educativos y la gratuidad de muchos de ellos. Había recuadros con «testimonios» de jóvenes.
La segunda nota -si no era a vuelta de página le pegaba en el palo- hablaba del «drama» o la «odisea» de viajar en el Conurbano. Dominaba la nota una foto a la madrugada de la terminal del 180 en González Catán, con una larga de trabajadores/as emponchados a más no poder, rumbo a sus trabajos. Decían que tenían que ir y volver en remís a la terminal porque de lo contrario los asaltaban.
Me llamó la atención la mutua ignorancia. El yuppie que estudia arte en la UNA no sabe dónde queda González Catán, ni tendría por qué. Pero no me digas que tu ciudad es un lujo, porque no lo es. Es una ciudad desigual, mezquina y deficiente. La famosa educación universitaria es una «mentirijilla» a través de la cual se perpetúan las desigualdades (se reciben los ricos, abandonan los pobres), sólo que en lugar de examen de ingreso hay métodos más invisibles. La famosa «cultura» es lo que pasa después de pagarle al trapito de turno. Y el transporte… si ya Larreta acaba de desestimar públicamente extender los subtes y hacer la estación central del Obelisco anunciada hace dos meses…

Un largo camino al cielo

Literatura, de Mariana de la Mata

Literatura, de Mariana de la Mata

Nadie conoce al detalle los caminos de la consagración literaria. Quien era ayer una joven promesa, más temprano que tarde termina engrosando las zonaprop literarias que inundan de talleres la ciudad. Una gloria del pasado, una estrella que se apaga no sin antes emitir sus últimos fulgores.

            Peter Calvino recibe la propuesta de publicar una nueva novela, tras más de diez años desaparecido del mundo literario. No se trata de un libro cualquiera, sin embargo: es una saga juvenil de vikingos, género subrepticiamente (y no tanto) menospreciado por su entorno artístico. La fiesta para celebrar esta novedad coincide con el cumpleaños de Peter: allí nos encontramos los espectadores, en una casa junto a un puñado de invitados que luchan por ofrecer una expresión de alegría en medio de tanta decadencia. Su excéntrica hija, un periodista “amigo” que no pierde la oportunidad de apuñalarlo por la espalda, dos alumnas de su mediocre taller literario y la desvergonzada agente que amañó todo el proceso se unen para divertirnos en una velada antológica.

            Literatura es una obra concisa y potente, que en pocas pinceladas delinea las figuras de personajes al mismo tiempo sutiles y paradigmáticos. Las actuaciones le hacen justicia a los matices y colaboran con un clima de extrañeza y melancolía bien contemporáneo. Lamentablemente, la sala en que se presenta (el Espacio Irreal) no está en las mejores condiciones para disfrutar del teatro: columnas que dificultan el seguimiento de la acción, poco lugar para el público y dificultad para el acceso y la salida. Aún así, Literatura es una obra de primer nivel, que afirma el lugar de Mariana de la Mata (Soñar despierto es la realidad) como una de las voces más interesantes de estos años.

Literatura, de Mariana de la Mata. Viernes, 23 hs. Últimas funciones. Espacio Irreal. Entradas y dirección sólo con reserva a reservasliteratura@gmail.com

Fuerza mayor

Clarín. Viernes 21 de diciembre de 2001.

Clarín. Viernes 21 de diciembre de 2001.

Estaba acá leyendo el Clarín del 21 de diciembre de 2001. Un peso salía. En la página 3 dice que el cuadernillo del Curso Integral de Informática que salía todos los viernes no acompaña esa edición «por razones de fuerza mayor» y que, por eso, el precio del diario era un peso. Saldría el viernes 28.

La foto de tapa de Gustavo Correa tiene los mismos ingredientes que hoy, trece años después, me impactaron del resto de la edición: lo cotidiano y lo excepcional. El médico -supongo que es un médico, por el ambo y los guantes de látex y la heladerita y la camilla que asoma desde la izquierda- está vestido de médico; era el 20 de diciembre de 2001, pienso, podría haber obviado las formalidades. Pero no: el tipo se vistió para ir a laburar. Adentro otra señora dice que se tomó el 22 para ir a la Plaza de Mayo, o sea que había colectivos, los colectiveros trabajaban, etc.

Los precios en las publicidades de los supermercados: mayonesa 1000 cc a 0,99$; Atún Ciudad del lago a 0,29$; pollo congelado a 0,79$ el kg.

El laburo de los fotógrafos, la mayor admiración. La de Santiago Porter del helicóptero, ya famosa, que ganó premios (detalle: «el más emocionado» de los que acompañaron al por entonces ya ex presidente en su corrida final en la terraza de la Casa Rosada era el secretario de Turismo, Hernán Lombardi). El mítico Víctor Bugge (ya lo hemos alabado en este blog) con la última postal de De la Rúa presidente, en su despacho, a pedido del propio mandatario («después mandámela», le pidió). Las de la plaza, de una vivacidad y contundencia notables, por Martín Acosta, el mencionado Correa y otros.

Los saqueos. El famoso chino de Ciudadela. Los muertos, veinticinco según el diario, siete el 19 y dieciocho el 20 de diciembre, en todo el país. Las historias, muchas de ellas desconocidas (un adolescente de quince años que se había acercado a un supermercado en las afueras de Santa Fe «para tratar de llevarse algunos bolsones con alimentos» y ligó un escopetazo de un almacenero vecino), algunas hoy célebres como la del Pocho Leprati (un rosarino que estaba en el techo de la escuela en la que trabajaba, en Rosario, viendo los disturbios en el barrio cuando un policía le metió un balazo de Itaka por la tráquea).

Las especulaciones sobre cómo se podría hacer una devaluación (parecía estar lejos del horizonte de posiblidades de mucha gente, lo veían como algo inconcebible). Muchos avisos clasificados de departamentos y dúplex en la costa, Mar del plata, Miramar, San Bernardo, Pinamar («Cabañas c/serv 2/4/6p Dic$40 En $60 p/d»)

Nublado. Temperatura mínima: 22°. Máxima: 27°. Chiste de Fontanarrosa: dos músicos con atuendos del NOA, charango en mano, hablan al micrófono de un notero: «…y el nuestro es un conjunto folclórico muy diferente por ejemplo, a ‘Los Nocheros’.» «¿Y cómo se llama?» «Los Diurnos».

El sistema de transporte de Londres

Cuando salí del subte que me llevó desde el aeropuerto de Heathrow hasta mi hostel, en London Bridge, me sentí como en las películas. Esas en las que el protagonista sube desde lo desconocido y tiene la cámara atrás que lo toma como los autos en el Daytona cuando elegías la cámara 4 (la 3 no, era muy cerca). Ya me había olvidado de las decenas de kilos que pesaba mi mochila con la carpa, el aislante, la bolsa de dormir y las wellies (así le dicen a las botas de lluvia, que me salvaron la vida). Yo simplemente caminaba.

Tras dejar el equipaje salí a dar una vuelta. Crucé el London Bridge (ese que St. Vincent dice que va a saltar) y me fui para el lado de la City. En el mercado de Leadenhall me mezclé entre los oficinistas que, siendo las 12.30 del mediodía, ya estaban escabiando sus primeras pintas como acompañamiento del almuerzo. Todos los días me crucé a gente parada en la vereda de los pubs, tomando birra de día.

Después empecé a viajar, para ir a las atracciones culturales que me había propuesto conocer. El subte, como en cualquier ciudad del mundo, es el medio de transporte más cómodo y rápido. Pero el subte también, como en pocas otras ciudades del mundo, es gigante y caro. El colectivo salía casi la mitad y era mucho más pintoresco, sobre todo si te tomabas los double-deckers.

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Escribir

Caseros (circa 1994)

Mi abuelo no sabía leer ni escribir. Le llevábamos revistas porque le gustaban las fotos e, inexplicablemente, siempre entendía algo del contenido de las notas. Televisión sí miraba, más que nada fútbol los fines de semana (supongo que nunca se enteró de que las fechas, desde el Fútbol para todos, también se jugaban el resto de los días).

Mi abuelo me miraba con cara de preocupación. Se interesaba en mi futuro: cuando estaba en el colegio, me preguntaba qué iba a estudiar en la Facultad; cuando estaba en la Facultad, me preguntaba si iba bien y cuándo me iba a recibir; cuando me recibí, me preguntaba si tenía trabajo y, cuando le decía que no, me compadecía y afirmaba, taciturno, que la vida estaba difícil. El año pasado, finalmente, pude decirle con toda la satisfacción del mundo, con la certeza del novato que habla con un maestro, que lo había conseguido, que por primera vez en la vida, a los 25 años, tenía trabajo.

En las fotos se lo ve atento, un poco fuera de lugar a pesar de que todas las fotos que tengo de él son en su lugar, en su casa, que es la casa en la que crecieron mi mamá y mi tía. Pocas veces lo vi fuera de esa casa. El cielo siempre era más grande que la ciudad.

*                                                                 *                                                        *

El otro día me fui de shopping por primera vez. El local de una marca MUY CONOCIDA en un shopping MUY CONOCIDO que está a la vuelta de un museo de arte latinoamericano MUY CONOCIDO.

La estructura del edificio es antigua, lo que delata su carácter pionero en el panorama argentino. Abajo hay un supermercado MUY CONOCIDO. Subí por las escaleras mecánicas (en francés se dice monter, ¿cómo vas a montar una escalera? pero bueno, es el mismo idioma en el que ochenta se dice cuatro veces veinte) y el local era uno de los primeros, a la derecha.

Apenas entré me puse súper self-conscious: me miré a través de los ojos de las majestuosas señoritas que, en segundos nomás, irían a atenderme y a mimarme por el módico precio de un par de miles de pesos en ropa. ¿Estoy bien? Tu vestido, ¿cuesta mucho, poquito o muchísimo más que mi pantalón? Alta, pelo corto, oscuro, ojos claros delineados, una boca carnosa pero no exhuberante, tono de voz cautivante. Qué estoy buscando, algo abrigado, media estación (¿en qué quedamos?), bueno, por acá, cualquier cosa me preguntás.

Y todas las chicas que entraban eran así. El público y el staff, en los lugares para GCU, son intercambiables. Se elogiaban entre ellas, «me encanta su vestido», y cuando salía le decían «me encanta tu vestido». Sí, sos divina, ya lo sé, pero no me alcanza ni para pagar el alquiler en la villa a la vuelta de tu country.

Meditación

Sitiado por los cigarrillos y el whisky,
escucho que alguien mete mal un cambio en la calle.
La noche es dura y las noticias son malas.
¿Guardo la Elegía en el freezer
para comerla cuando llegue la inspiración?

Que quede claro:

Esos globos inflados con gas
pegados al techo
donde hubo una fiesta,
son mis sentimientos.

Fabián Casas. En El spleen de Boedo, Bahía Blanca, Vox, 2003.