Dogville (2003)

Paul Bettany y Nicole Kidman, gente sencilla en Dogville, de Lars von Trier.

Dogville es una película de manual de cine. Su director es parte de la historia del cine (francés), conocido por haber armado uno de esos grupos intelectuales a los que son tan afectos los franceses bajo el nombre de «Dogma ’95». Tenían una serie de preceptos (limitaciones): no filmar con luz artificial, etc. Gozaban muchísimo al limitarse y poder expresar su enorme talento sin las ventajas del progreso tecnológico (excepto a la hora de volar a Locarno o a Venecia a recibir premios).

Grace (Nicole Kidman) llega al pueblo de Dogville en medio de una huida. No se sabe bien porqué pero está siendo buscada. Tras algunas reticencias el pueblo (porque Dogville, como Fuenteovejuna, pasa a cobrar vida) accede a ocultarla. A cambio de ello Grace ayuda en tareas comunes.

El acierto de Dogville, más allá del argumento, está en la puesta. El pueblo está montado en un galpón como si te dijera de 500 metros cuadrados. Allí se extienden las casas, los comercios, los depósitos y camiones para las tareas rurales. No hay paredes, puertas ni ventanas: todo está marcado con tiza en el piso, aunque sí se escuchan los sonidos cuando, por ejemplo, se abre una puerta. Es el efecto de extrañamiento que contribuye a lo macabro de la situación.

Y a nivel reflexivo, nos plantea un importante dilema. Esta película es la primera de una trilogía de Lars von Trier. La segunda, Manderlay, la agarré en el BAFICI de 2006 (ya sin Kidman). En esta queda más claro todo, porque el pueblo ahora es una sociedad esclavista que se libera de su «dueña» y, a partir de eso, pasan a vivir en libertad. Pero como no conocen lo que es eso, vuelven a caer en el esclavismo, porque la libertad les parece un mal negocio. Si el esclavismo es una elección, ¿quién puede legítimamente liberarnos? ¿Y en nombre de qué? En plena guerra de Irak, la película distaba mucho de la inocencia.

En Dogville tenemos los esquemas. Las casas no existen, las paredes tampoco. Pero todos actúan como si… Como si estuvieran ayudando a Grace, como si ella actuara por elección, como si nadie estuviera haciendo nada malo. Grace se somete, imposibilitada de escapar. Pero está todo abierto, nadie la obliga. Las apariencias engañan y los amigos rápidamente se dan vuelta. Una historia inquietante y sugerente.

Paranoid park (2007)

Gabe Nevins, un oscuro adolescente skater en Paranoid Park (2007), de Gus van Sant.

Paranoid Park la vi acá en el BAFICI de 2008. Gus van Sant es una figura rara en el cine contemporáneo. Yanqui, del EEUU profundo (Oregon), viene alternando hace más de veinte años películas mainstream e indie con la curiosa habilidad de tener éxito en las dos: en las primeras, de taquilla y crítica; en las segundas, bueno… solo de crítica. Por ejemplo, hizo Good Will Hunting, ganó un par de Oscars, y también Elephant, su visión sobre la masacre de Columbine.

Cada nueva película de van Sant es un suceso internacional. En 2005 hizo Last days, sobre los últimos días de Kurt Cobain. La vi acá en el BAFICI de 2006. Pesada, lenta, muestra una de sus obsesiones: la belleza masculina, presente desde su ópera prima (Mala noche) hasta esta Paranoid Park. Suele trabajar con actores no profesionales.

 Paranoid Park está basada en una novela escrita por un tipo de la misma ciudad que Van Sant y ambientada allí. Los protagonistas son adolescentes que viven la decadencia de la grandeza americana (otra obsesión), van al colegio y andan en skate. Alex (Gabe Nevins), con ganas de conocer el famoso «paranoid park» para probarlo con la tabla, se enreda en un escape y golpea a un guardia de seguridad, que termina arrollado por un tren.

Desde ahí la película es un seguimiento obsesivo de la culpa de Alex (¿La naranja mecánica?), muy similar a Crimen y castigo de Dostoievski. Solo que acá el asesinato fue involuntario. Lo genial es cómo se entrelaza esa culpa con la abulia del pibe, su inactividad, impasible, su novia adolescente histérica que solo quiere perder la virginidad y a él no le importa nada. No entiende la vida.

The arbor (2010)

Manjinder Virk encarna a la hija de Andrea Dunbar, Lorraine, en la película The arbor.

The arbor es una película extraña. Nunca se estrenó comercialmente en Argentina pero su éxito en la prensa especializada y entre los teóricos del cine más importantes del mundo la convierten en un mojón, un antes y después del séptimo arte en el siglo XXI.

Se trata de un documental sobre la vida y obra de la dramaturga inglesa Andrea Dunbar, fallecida de una hemorragia cerebral a los 29 años en 1990. Su vida estuvo marcada por el horror: abusada por su padre alcohólico desde niña, se condenó a una repetición de sus errores que resultaron en tres hijas de tres padres diferentes y ninguna convivencia estable.

Hasta ahí, una vida atormentada más. Pero lo que hace de The arbor una de las mejores películas de la década pasada (que le valieron premios en el festival de Tribeca y un British Independent Film Award) es su planteo formal. La directora Clio Barnard se pasó años entrevistando a personas relacionadas con Andrea Dunbar; desde sus hijas hasta directores de sus obras y productores teatrales. Y la siguiente vuelta de tuerca viene con la actuación: sobre las grabaciones de audio de los testimonios, hay actores que hacen lip-synch. Es decir, Lorraine Dunbar, en la película, es interpretada por Manjinder Virk, pero su voz es la de Lorraine Dunbar en la entrevista.

Se incluyen también materiales de archivo: entrevistas con Andrea en los momentos más importantes de su carrera (estrenó The Arbor, su primera obra, en 1980, a los 19 años, en el Royal Court Theatre de Londres; la había empezado a escribir a los 15), filmaciones de puestas en escena de sus obras. Otra parte interesante es la recreación de escenas de The Arbor en el presente de la filmación, en un jardín del complejo habitacional de Bradford donde ella creció y que le proveyó la inspiración del ambiente working-class y racista de sus escritos. Mientras se representa la escena teatral para la cámara, vecinos del barrio se acercan, curiosos.

The arbor juega con los límites de la representación, de la biografía y del devenir histórico de una clase social olvidada, la white trash de la cultura inglesa. El acento, cerradísimo, hace muy difícil la comprensión del inglés para el espectador argentino. La alternancia de personajes «reales» hablando por sí mismos y de actores encarnando a otros confunde aún más la recepción, pero la edición es tan certera que nunca se pierde el hilo. Lo que sí, constantemente se genera un extrañamiento brechtiano: estás viendo una recreación de una recreación de lo que alguna vez fue una vida. Es un pensamiento intrigante y la resolución cinematográfica es magistral.

Le fils (2002)

Morgan Marinne, en las sombras, en una escena de Le fils de los hermanos Dardenne.

La historia de Le fils (El hijo) es escalofriante. Un carpintero, Olivier, tiene a su cargo un equipo de cuatro pibes. Es una especie de centro de rehabilitación u hogar para niños en custodia penal, no se entiende bien. Nada se entiende bien: desde cerca tampoco se ve.

Es asfixiante la cámara que usan los hermanos Dardenne. Desde la nuca de Olivier recorremos los pasillos de su carpintería y de los demás pabellones de este centro de trabajo. Sentimos su respiración entrecortada, su búsqueda y su huida exterior e interior. Un tipo de pocas palabras y gestos adustos, vida frugal y un pasado turbulento.

Las películas de estos directores son «por temas». Está la del abuso sexual (Rosetta), la del secreto que oprime (La promesse), la de la venta de bebés (L’enfant) y esta, sobre el asesinato de un niño: el hijo de Olivier. Son los únicos directores que ganaron dos veces la Palma de Oro en Cannes (por L’enfant en 2005 y por Rosetta en 1999).

Tras un encuentro con su ex-mujer, parco y enigmático, nos enteramos de que el asesino había quedado libre. «¡Mató a nuestro hijo y vos querés enseñarle a ser carpintero!», le reprocha ella. Francis, el niño-asesino, aguarda en el auto.

Es esta relación, entre el chico y Olivier, la que va construyendo la película. Olivier siente una profunda compasión mezclada con indignación, bronca y quién sabe cuántas cosas más. El detalle más importante, claro está, es que él no sabe que Olivier sabe que él mató a su hijo. Poco a poco, en conversaciones ásperas, le va sacando información.

¿Por qué lo hizo? La explicación no por plausible pierde su monstruosidad. ¿Se puede justificar un asesinato? ¿Cuánto vale una vida? ¿Se pagan en este mundo las condenas? ¿Podemos darnos por reparados tras el asesinato de un hijo bebé o nada puede cambiar nuestro dolor?

Le fils se interna en estos meandros con una estética que ya es «marca registrada» de los Dardenne: planos cortos, pocos diálogos, nada de música. Silencio, sobreentendidos. Una película lenta, sí, como el dolor que narra, ese que va desgastando poco a poco nuestra alegría de vivir. Fue la primera que vi de ellos y desde entonces siempre busqué esa mirada, distante y fría, tan certera.

No apta para sábado a la noche con la novia, se los advertí.

Juno (2007)

Ellen Page como la embarazada y ácida Juno, en la película de Jason Reitman.

Vamos a empezar por la música de esta película. Sí, perdónenme pero primero lo primero. Las canciones de Kimya Dawson tienen un a ternura infantil mezclada con agudeza que encajan perfectamente con el tono de Juno. Los temas elegidos de otros artistas, como Velvet underground o los Kinks siguen en esa onda. Cómo olvidar ese final con «I don’t see what anyone can see in anyone else, but you…»

Vi La joven vida de Juno (así se estrenó acá), en marzo de 2008. Había escuchado en la radio una muy buena crítica, decía que era la renovación del cine independiente yanqui. Fue raro, porque no les suelo dar mucha bola. Fui con mi amigo Papa al Monumental de Lavalle un día de la semana tipo 4 de la tarde.

¿En qué momento te das cuenta de que etás viendo un clásico? En la secuencia de títulos, con Juno caminando en dibujitos  su jugo de naranja con «All I want is you» de fondo, Papa me dijo «che me gusta la música».

Juno es una película sobre los ciclos en el amor y en la vida. Ella es una chica de 16 años que queda embarazada tras una «sentada» (fue en una silla) con un amiguito medio patán llamado Bleeker. Tras considerar el aborto («I think I’m gonna call ‘Women Now’, you know, ‘cause they help women now…»), decide entregarlo en adopción a una pareja sin hijos, Mark y Vanessa. Ella es una obsesiva cuya misión en la vida es ser madre y él es un ex-rockero yuppie que debe enfrentarse con su madurez.

Lo genial de la película, además de la música, es el guión de Diablo Cody. Son de esos que siempre te deparan un detalle inadvertido al volver a verla.

Juno: [a los futuros padres adoptivos] You should’ve gone to China, you know, ‘cause I hear they give away babies like free iPods. You know, they pretty much just put them in those t-shirt guns and shoot them out at sporting events.

Tiene partes fuertes, emocionalmente hablando, pero tratadas con una sutileza y comicidad que le quitan toda grandilocuencia solemne. Y a nivel de las relaciones humanas, te da vuelta los estereotipos, porque el amor que siente por Mark es bastante infantil-adolescente, en cambio por Bleeker es más que adulto.

Juno: I could like, have this baby and give it to someone who like totally needs it.
Leah: You should look in the PennySaver.
Juno: They have ads for parents?
Leah: Yeah! ‘Desperately Seeking Spawn.’

En fin, una película incisiva, divertida y elaborada sobre un tema algo espinoso.

Mary & Max (2009)

Max Horowitz, un anciano deprimido y con síndrome de Asperger, en las calles de Manhattan.

Mary & Max se pasó acá en el BAFICI de 2010. La vi en el Teatro 25 de mayo, en Urquiza, me acuerdo de que era el último día del festival, un domingo a un horario extrañísimo, ponele 12:20 del mediodía. Esos últimos días cuando ya pensás que viste todo y te armaste más o menos un balance mental del festival de ese año… y llegó esta.

Siempre tuve debilidad por las películas animadas. A nivel creativo deja más libres a los guionistas y demás creativos para, aunque suene cursi, «dejar volar su imaginación». ¿Te imaginás las películas de Disney con actores?

Eso es lo primero que surge cuando hablamos de animación, ¿no? Los dibujitos de Disney, la niñez. Pero al crecer nos fuimos enterando de los trasfondos de esas historias en apariencia tan inocentes, sus connotaciones morales y políticas. Leer Alicia a los 10 y a los 20.

Max Horowitz: Do you have a favourite-sounding word? My top-five are «ointment,» «bumblebee,» «Vladivostok,» «banana,» and «testicle.

La historia es enternecedora. Una niña de ocho años, Mary, vive en un pequeño poblado del interior de Australia. Tras una búsqueda azarosa en el directorio, encuentra a Max Horowitz, residente de Nueva York, Estados Unidos, y decide escribirle una carta. Max resulta ser un anciano de 84 años con extrañas visiones de la vida, la religión, las costumbres y básicamente todos los asuntos de la humanidad.

La película se desenvuelve a modo de conversación entre los personajes, cuyas cartas son «leídas» en las voces de Toni Colette y Philip Seymour Hoffman. Hay también un narrador que acentúa el tono «cuentito». Las expresiones de Max son hilarantes por su profunda certeza y por su cualidad de matter-of-fact, como si todo estuviera dicho y no se discute más.

Max Horowitz: When I was young, I invented an invisible friend called Mr Ravioli. My psychiatrist says I don’t need him anymore, so he just sits in the corner and reads.

Uno no piensa «este tipo está loco, no le demos bola», sino que, al final de la película, sentimos reafirmado ese dicho de que «los niños y los locos siempre dicen la verdad». El tono es infantil, pero con una ternura y delicadeza tal que caemos en la cuenta de cuánto más sencilla es la vida: dos personas que se conocen y se comunican. Mary & Max es una película sobre la comunicación y sobre la represión de la que hablaba Freud en El malestar en la cultura. Seamos amigos.

Los personajes y todos los decorados, al estar hechos en plastilina y animados en stop-motion, tienen una calidez de torta de cumpleaños onírica.

Hay momentos demoledores, pero el tono triste se balancea con el humor, filoso e inteligente. Todo tiene un cariz gloomy inolvidable.