Paul Bettany y Nicole Kidman, gente sencilla en Dogville, de Lars von Trier.
Dogville es una película de manual de cine. Su director es parte de la historia del cine (francés), conocido por haber armado uno de esos grupos intelectuales a los que son tan afectos los franceses bajo el nombre de «Dogma ’95». Tenían una serie de preceptos (limitaciones): no filmar con luz artificial, etc. Gozaban muchísimo al limitarse y poder expresar su enorme talento sin las ventajas del progreso tecnológico (excepto a la hora de volar a Locarno o a Venecia a recibir premios).
Grace (Nicole Kidman) llega al pueblo de Dogville en medio de una huida. No se sabe bien porqué pero está siendo buscada. Tras algunas reticencias el pueblo (porque Dogville, como Fuenteovejuna, pasa a cobrar vida) accede a ocultarla. A cambio de ello Grace ayuda en tareas comunes.
El acierto de Dogville, más allá del argumento, está en la puesta. El pueblo está montado en un galpón como si te dijera de 500 metros cuadrados. Allí se extienden las casas, los comercios, los depósitos y camiones para las tareas rurales. No hay paredes, puertas ni ventanas: todo está marcado con tiza en el piso, aunque sí se escuchan los sonidos cuando, por ejemplo, se abre una puerta. Es el efecto de extrañamiento que contribuye a lo macabro de la situación.
Y a nivel reflexivo, nos plantea un importante dilema. Esta película es la primera de una trilogía de Lars von Trier. La segunda, Manderlay, la agarré en el BAFICI de 2006 (ya sin Kidman). En esta queda más claro todo, porque el pueblo ahora es una sociedad esclavista que se libera de su «dueña» y, a partir de eso, pasan a vivir en libertad. Pero como no conocen lo que es eso, vuelven a caer en el esclavismo, porque la libertad les parece un mal negocio. Si el esclavismo es una elección, ¿quién puede legítimamente liberarnos? ¿Y en nombre de qué? En plena guerra de Irak, la película distaba mucho de la inocencia.
En Dogville tenemos los esquemas. Las casas no existen, las paredes tampoco. Pero todos actúan como si… Como si estuvieran ayudando a Grace, como si ella actuara por elección, como si nadie estuviera haciendo nada malo. Grace se somete, imposibilitada de escapar. Pero está todo abierto, nadie la obliga. Las apariencias engañan y los amigos rápidamente se dan vuelta. Una historia inquietante y sugerente.