No sé qué es un shock de keratina

Ciervo río, por Omar Jury

Omar Jury. Ciervo río. 2009. Acuarela sobre papel. 19 x 18 cm.

Estaba en la vidriera de una peluquería y salía como trescientos pesos. Debe ser una cosa importante para la estética femenina. Lo asocié con lo femenino a pesar de que no aclarara l@s destinatari@s.

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La política tiene menos épica… Escuchar a cualquier dirigente hoy es lo mismo que teletransportarse a, digamos, veinte años atrás. Ya nadie habla de la crisis de 2001 ni de los 90, por suerte. Se ve que el Gobierno se dio cuenta de que ya pasaron casi doce años, de los cuales más de diez estuvieron ellos.

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El jueves pasado estuve en el centro entre las nueve de la mañana y las doce de la noche, de donde volví a mi casa solo para regresar al centro el viernes a las nueve de la mañana. Tenía entradas a las diez para ver las últimas dos películas de Matías Piñeiro, Viola y Rosalinda. Matías Piñeiro es cineasta, egresado y docente de la FUC, del riñón de ese estilo cinematográfico afecto a los festivales de cine. Ambas me gustaron mucho, percibí una atmósfera elegante y sensible, usos de cámara delicados, potentes, efectos y texturas inquietantes y muy atractivos. Había visto Todos mienten, su segundo largometraje, en el BAFICI de 2009 (la reseñé en este mismo medio) y tenía un recuerdo borroso. Aquella vez ganó la mención especial como Mejor película argentina y el Gran Premio del jurado dentro de la Competencia Internacional. Releyendo mi nota me sorprendí: creía que me había gustado menos. Pero no, dije que era «rara». Lo aplicaría también a estas dos últimas. Para un jueves, solo, a las diez de la noche, en la sala Lugones, están más que bien. (P.D.: chapeau para las actrices).

A cuatro cuadras estaba el Obelisco. Era el «8A». Ya estoy podrido de las cifras con letras para indicar fechas. Es un formato que no me cierra, es muy anglosajón. Me acerqué. No había mucha gente, al menos cuando yo estuve, tipo nueve, nueve y media. Había un camión con una pantalla gigante que pasaba videoclips satíricos, con animaciones y videos musicalizados al ritmo de canciones populares con letras cambiadas (referidas al Gobierno). No me cierra el tono de los reclamos, igual… no sé, los carteles clamaban por la corrupción, el robo, los trenes y el transporte en general, la reforma de la justicia, el lavado de dinero. Por ahí no va a caer.

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La estoy viendo a Cristina en el comité de campaña. Rodeada de Insaurralde, Scioli, Filmus, Abal Medina y secuaces. Muy buenas noches a todos y a todas.

Este es el aguante.

Diez años de kirchnerismo

Un joven estudiante lee Página/12 en las escalinatas de su colegio secundario, en 2004

Un joven estudiante lee Página/12 en las escalinatas de su colegio secundario, en 2004

Ayer me pasé todo el día mirando videos de kirchnerismo en YouTube. Escribo esto mientras escucho un viejo programa de Día D con Lanata entrevistando al entonces candidato Néstor Kirchner.

Lo primero que me llamó la atención es la moda. Cómo cambió la manera en que se viste la gente. 2003 se ve viejo; como algo que pasó hace diez años. Pero también tiene una cierta naturalidad: 2003 se ve, también, más real que 2013.

Después me puse a pensar en esa época. El recuerdo más fuerte que tengo de los años pre-kirchneristas –los años de la crisis– es salir del colegio secundario y cruzarme con la horda de oficinistas corriendo por Bolívar con la cara irritada, el maletín bamboleándose con dificultad, porque en la Plaza de Mayo estaban reprimiendo con gases lacrimógenos. Esos días me gustaban porque no teníamos que ir a Educación física. Me di cuenta de que los años del kirchnerismo fueron los años de mi adolescencia, los años en que pasé de ser un niño a ser un adulto joven. 2004 es quizás el año que más felizmente recuerdo de toda mi vida: a la mañana en el subte compraba Página/12 y a la salida, todos los viernes, me leía la insuperable TXT de Adolfo Castelo sentado en las escalinatas del colegio. Sin entenderlo muy bien, me entusiasmaba con la reestatización de Aguas Argentinas, miraba con fascinación el programa ¿Por qué? de Lanata en el canal Infinito y asistía a cuanto festival organizara el gobierno –visto desde hoy, filo-guevarista– del compañero Aníbal Ibarra.

Frases sueltas. Gustavo Noriega en el libro de Los Trabajos Prácticos: “el kirchnerismo es el progresismo realmente existente”. Martín Rodríguez, entrevistado por Mancilla, citando a Eduardo Duhalde: “una crisis es un momento donde todos tienen razón”. Facundo Moyano para la web de InfoBae: «el kirchnerismo es lo que fue».

Cuando miro hacia atrás estos diez años, siento una pequeña decepción y algo de rabia. Como cuando un amigo se manda una cagada y entonces, claro, vos lo reprendés y le decís “sos un boludo, cómo pudiste hacer eso”. Pero en el fondo lo querés y te sentís mal por él. Para usar una palabra de moda: lo bancás. Sentís que las cosas hubieran sido mucho mejor si… No importa: en el purgatorio hay lugar para todos nosotros.

Texto leído originalmente en el programa «Nunca fuimos modernos» por radio Colmena, el viernes 24 de mayo de 2013. Se puede escuchar el programa completo, con la Lotería de los diez años de kirchnerismo, en Mixcloud: 

Nunca fuimos modernos – 24/5/13 (Lotería 10 años de kirchnerismo)

Nada que ver

Hugo Chávez en Ferro

La cancha de Ferro, en el barrio porteño de Caballito, fue la sede del acto de Hugo Chávez en marzo de 2007. Foto: EFE.

El viernes 6 de marzo de 2007 fui a la cancha de Ferro a ver a Hugo Chávez. Siempre me gustó la idea de entrar gratis a una cancha de fútbol. A fines de 2005 andaba por la Boca y estaban desarmando el escenario de Serrat y Sabina en la Bombonera. Estaba con un amigo y un pariente de él, español, haciéndole el city tour. El tipo no lo podía creer, porque además la cancha de Boca tiene la particularidad de estar, cómo explicarlo, en plena calle: el campo de juego está físicamente muy cerca de la vereda, digamos seis metros. Claro que en el medio hay portones, pero ese día estaba todo abierto porque se estaban llevando las estructuras. Entonces nos mandamos, pisamos el campo de juego y vimos las tribunas vacías.

No recuerdo bien por qué fui a ese acto organizado por las Madres de Plaza de Mayo (?) El año anterior había ido al festejo por los tres años de Kirchner, pero al mismo tiempo escuchaba Lanata PM y creo que ya no leía Página/12. Fui a ver a Chávez, dije, como hacía un año y medio había ido a ver a Pearl Jam en ese mismo escenario.

Había una valla que separaba a la gente del sector VIP, como se diría en los recitales, en el que pude distinguir a Miguel Bonasso y al canciller Bielsa (¿te acordás de Bielsa?, «el RR.PP. de Kirchner»). Un conocido mío estaba empezando a militar en la JP Evita y me lo crucé en medio del acto. Lo telonearon un par de oradores locales, de esos que ya nadie recuerda (¿Hebe?, ¿te acordás de Hebe?) En medio del discurso de Chávez lo veo a este pibe en su columna, en medio de las banderas de caña tacuara, haciendo pogo con una vieja camiseta blanca estampada con el logo de la organización. «¡Julito, viniste!», me saludó efusivamente al tiempo que me atraía hacia la masa. Y estuve pogueando con los compañeros de la JP Evita.

No recuerdo si lo escuché completo el discurso, creo que sí, creo que me fui con la desconcentración. Rápidamente entendí por qué es tan popular, como diría Homero. Era (ups, pasado) imposible no caer rendido a su encanto, a su retórica, a sus giros y metáforas. Leo en las noticias de hace seis años que en esa oportunidad llamó a George W. Bush «cadáver político» -era fácil pegarle a Bush a mediados de su segundo mandato. Más que nada eso. Ni un paso fuera del libreto (que claramente no tenía, siempre improvisaba, como Néstor, ¿como Cristina?) Y me di cuenta de que es difícil hablar con el auditorio tan a favor, con miles de personas dispuestas a aplaudir hasta la peor boludez del universo.

Después me fui hasta Aranguren y me tomé el 84 a mi casa.

Qué se siente

May Dodge, My Nan, por Tracey Emin

Tracey Emin. May Dodge, My Nan. 1963-93. Cinco obras sobre papel, fotografías, tinta, papel impreso y lana. 162 x 182 x 181 mm.

Me gusta el videoarte. Hace unos años hubo una muestra en Fundación Proa, Art in the auditorium. Justo llegué para la hora de la visita guiada, que en esa oportunidad comandó una chica joven y bien predispuesta (en el MUNTREF son todos así, copados). Una de las preguntas que hizo la guía, con ese ímpetu de los nuevos estilos didácticos, fue la temida: ¿qué es el videoarte para ustedes? (El «para ustedes» es clave, no vaya a parecer que ella sabe más que nosotros). Una de las diferencias que señalamos (el conocimiento se construye colectivamente) es que las piezas de videoarte se pueden «agarrar empezadas», mientras que en una película uno se pierde cosas. El videoarte es más contemplativo, suele no tener línea argumental.

Las obras de Tracey Emin que se exhiben en el Malba, bajo el título curatorial de How it feels, no se ajustan perfectamente a lo aprendido hace dos años en La Boca. Son cinco videos, Why I Never Became a Dancer (Por qué nunca llegué a ser bailarina), de 1995; How It Feels (Lo que se siente), de 1996; Homage to Edvard Munch and All My Dead Children (Homenaje a Edvard Munch y a todos mis hijos muertos), de 1998; Riding for a Fall, (Tentando a la suerte), también de 1998; y Love is a Strange Thing (El amor es una cosa extraña), de 2000. Fui con un amigo y, en los más largos, entrábamos a mirar cuánto duraba y esperábamos a que saliera la gente para acomodarnos, «desde el principio».

El más impactante es el más largo, How it feels, pues la artista relata la experiencia de un aborto que se había practicado hacía años, cuando todavía no era una artista famosa, y llega a cómo logró construir una visión del arte contemporáneo a partir de esa situación límite. Es fuerte, pero me impactó más una obra como la de Douglas Gordon, que vi en ese mismo museo en 2006, que ponía una mosca (tamaño real) moviéndose en su agonía. En loop infinito.

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Estoy leyendo un libro que se llama Holy Fuck. Hablando de kirchnerismo con el recaudador de impuestos. Los Trabajos Prácticos. 2003-2011. Es una antología de un blog sobre kirchnerismo (que sigue activo). Lo bueno es que sus artículos nos dan permiten esa distancia que la inmediatez de internet anula.

Me llamó la atención la lucidez y la actualidad de artículos de, por ejemplo, 2005, sobre temas tan en boga siete años después como la libertad de prensa o el autoritarismo del gobierno. También son muy interesantes los artículos retrospectivos, escritos por los entonces colaboradores, pero ahora, en 2011. Por ejemplo, Eliseo Brener reflexiona:

«Vivíamos en otra época, aunque uno piense que era la misma. Hoy cualquiera es capaz de ver que vivimos bajo una especie de régimen despótico, es muy fácil ver al canciller Timerman como un personaje payasesco y estrafalario. Pero estábamos en 2005, y yo todavía me sentía un progre (…): vivía en un departamento antiguo, había hecho talleres de teatro, tenía gato (…), leía Página/12 y los domingos a la mañana hojeaba el Radar tomando mate amargo» (p. 188)

El debate esencial de esas intervenciones, que a mí me resulta tan actual porque yo en 2005 también festejé el canje de la deuda, leía Página/12 (pero, un poquito antes, también la TXT) y hojeaba el Radar, es la desilusión. Gustavo Noriega dice en su artículo retrospectivo que el kirchnerismo es el progresismo realmente existente. Es triste darse cuenta de eso. Creo que en ese momento dejé de ser kirchnerista. Yo me peleaba con mis amigos del secundario que se espantaban por medidas seudo-comunistas como reestatizar Correo Argentino (¡en 2003!) Pero después me di cuenta de que nos habían cagado.

Hay un niño argentino

 

Un joven argentino enarbola el pabellón nacional, durante los festejos por el Bicentenario en la Avenida 9 de Julio de Buenos Aires, en mayo de 2010.

«Hay un niño
argentino
recostado en una esquina
que piensa
que siente que lo agobia
una triste melodía
(…)
y en la oscuridad iluminadano queda nada»
Vicentico, «Chau». Los fabulosos cadillacs en Obras, 2000.

El 25 de mayo de 2006 fui a la Plaza de Mayo a escuchar a Néstor Kirchner. Me impresionaron las banderas, las columnas de los sindicatos, los centros de estudiantes de los colegios secundarios (entre ellos, el mío, que estaba a dos cuadras). Creo que fue la primera marcha a la que asistí por propia voluntad. Viajé en tren a Retiro, gratis, porque habían liberado los transportes públicos. Caminando por San Martín se iba sumando la gente, las calles cortadas, los micros estacionados. Era un día peronista.

No llegué a verlo porque me tapaba una torre de sonido. Pero lo escuché y se me cerró la garganta en más de una oportunidad. Es que eso era Néstor, era escucharlo y sacar entrada. Ahora pasa lo mismo, pero una vez como tragedia y otra como farsa, como decía Marx. En ese momento, hace seis años y medio, de alguna manera quedaba todavía un resto de «maldito» en ese presidente. Digamos, no estaba «bien visto» apoyar al gobierno (los que lo apoyaban eran los pobres, los negros, los sindicalistas); y, obviamente, no estaba «mal visto» criticarlo.

Me cuesta pensar en razones para oponerse a una manifestación contra el gobierno. Siempre que escucho voces alzadas contra el poder estatal, en cualquier lugar del mundo, me invade un respeto casi reverencial. Siria, España, Egipto, Grecia. No coincido con pedirle a los que reclaman que ofrezcan propuestas, planes, plataformas, guías para la acción. No son políticos; para eso están. Tampoco coincido con la descalificación por no ser espontánea: las marchas del orgullo gay no lo son y eso no les quita validez. Marchar al lado de alguien que no te representa, que quizás incluso detestás, no anula el significado de la marcha. Al contrario, le otorga una veta aún más democrática. Coincidimos en un punto. Por algo se empieza. Y mucho menos con la idea de la legitimidad eterna: un voto de confianza de origen (elecciones mayoritarias) no es un cheque en blanco. Así no funciona la democracia, votando una vez cada cuatro años y en el medio agua y ajo.

Membrillo, dulce de leche, pastelera

Diego Stigliano. Dragon. 2011. Digital intervenido. 12 x 34 cm.

Pasé por un kiosco de diarios y vi colgada una revista La garganta poderosa. Es de una organización social llamada La poderosa que hace trabajo de base en villas de Buenos Aires. Incluye entrevistas, notas de contenido político y variedades, con foco en «darle voz» a los habitantes de esos asentamientos precarios.

Tenía una compañera de la facultad que trabajaba/colaboraba/militaba en La poderosa. Era de Chubut (no sé si será casualidad, pero muchos compañeros de otras partes del país terminaron en organizaciones de ese estilo; habría que hacer un estudio sobre eso, no? Porque los que vienene a estudiar a Buenos Aires no son precisamente las clases populares de Trelew o de Coronel Suárez. Otro amigo de un amigo estudiaba Economía y se había metido a una K, aparte empezó a tomar merca y salió todo revirado el pobre).

Un día, en el espacio de una clase destinado para anuncios parroquiales, aparece esta chica con otra compañera ofreciendo la revista. Salía 10$, me acuerdo. La pasaron para chusmear («sin compromiso de compra» dirían en el tren) y me llamó la atención la calidad de la impresión, papel satinado con buen color y un diseño de página prolijo. Nada de fanzine. Ellos enfatizaban que estaba hecha íntegramente por pibes de esas villas, la Rodrigo Bueno, la 31 bis y un par más. Estarán dando cursos de Illustrator y Photoshop además de copa de leche, pensé…

Después siguieron pasando ese cuatrimestre. La tapa era siempre una personalidad de primer nivel de la cultura argentina (Maradona, Tévez, el Indio Solari) o latinoamericana (René de Calle 13, La Mona Jiménez). Qué raro, también, figuras que no suelen dar notas a nadie. Siempre pasaban dos o tres chicos blanquitos, clase media, acompañados con algún negro, un villerito como para ilustrar la pobreza, vio? Y vendían bien, cuatro o cinco por curso fácil.

Así que parece que siguen publicando.

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Y tenés de membrillo, dulce de leche, pastelera. Con manzana, sí, acá me quedó. Nueve. Dos de grasa, sí. No, churros sabés que no me quedó. Cañoncito. ¿Qué más? Porciones tenés de coco y manzana, coco y dulce de leche o si no pasta frola. ¿No? O milhojas. ¿Qué más? Bueno, gracias, por caja te cobran. ¿Cincuenta y dos?

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Ayer en el colectivo tenían puesta la Metro, estaba Matías Martin hablando con Víctor Hugo. Enganché la última parte y encima estaba lejos. Dijo cosas como «no se puede hablar del gobierno sin hablar de Clarín«, para él eran cosas simétricas y equivalentes. Qué feo ir a un programa a defender a un gobierno, ¿no?

Hoy, en su programa en Continental, hablaron de las garrafas. Un tema que la ortodoxia gubernamental encuentra lógicamente espinoso. Porque si vos tenés que el precio acordado de la garrafa social es 25$ la de 15 kilos pero que en época de escasez se duplica el precio, quedando en ocho veces más que el gas de red, peor presión, etc, la justicia social está lejos. Pero los subsidios no se los van a sacar a los usuarios residenciales ni a las empresas ni a las concesionarias del transporte público del AMBA, ni a…