Meet and greet

Laura Marling, 21 años, en el Pyramid stage de Glastonbury 2011. Foto: gentileza BBC.

A todos nos pasa: tener ganas de conocer a alguien. Un músico me contaba de que conoció a Adrián Dárgelos de Babasónicos en un boliche de Palermo, que estaba sentado en una mesa, él se le acercó con el por entonces flamante primer CD de su banda, se lo dio y Dárgelos se lo aceptó buena onda.

La escena es extraña. Porque cuando conocés a una persona que admirás tenés que sacarla de los lugares en los que la tenías. Si es cantante, cantando, si es actor, actuando, si es escritor… es aún más difícil, porque ni cara tiene, ni cuerpo. El sábado pasado me crucé a un escritor que admiro, con varios libros publicados, alrededor de 35 años. En un club cultural que funciona en una ex-casa chorizo. El tipo estaba en la cocina mangueando sánguches de pastrón.

[Digresión sobre el sistema de medios británico. Preparando el material para esta nota (jua) caí en el sitio de la BBC 6music sobre Laura Marling. La BBC es el conglomerado de medios público más grande del mundo. En su página tienen como sub-sitios con los artistas que te muestran clips sobre sus apariciones en todos los medios del grupo (TV y radio), para ver de nuevo. Yo puse una entrevista que hizo a fines del año pasado con Lauren Laverne, en HD obviamente, que empieza diciéndole «ya sabemos que estás de resaca, digámoslo de una y listo»… son más liberales los ingleses].

Con los extranjeros es distinto, tiene un agregado de excepcionalidad pero se introduce una opción intermedia para el periodista: hablar por teléfono. Porque a los de acá los vas a ver en persona. O de otras ciudades, el año pasado hablamos con Pai de Un día perfecto para el pez banana, de Córdoba, pero porque no vive acá. Después me lo crucé en el recital de of Montreal, lo vi de lejos y al final no lo pude saludar. Saludo a Pai.

La semana pasada  también en Juanita hablamos con Willy Mason, un cantante norteamericano que nos atendió cuando salía de hacer las compras en su ciudad natal, en una pausa entre giras. Y lo contactamos por el mail de la página. La gente contesta, es así, capaz no podría hablar con Keith Richards… ¿pero para querría eso? Quiero hablar con un pibe como Willy, de 27 años, o con una piba como Laura Marling, de 22, que hacen cosas que están más cerca de mí.

No sé si esto está cerca de mí, evidentemente está a años luz. Pero el hecho es que no hay que tener miedo.

(Qué título, eh)

Algo de la energía

David Lindberg. 2010 financial analysis worksheet. 2009. Resina epoxi UV, fibra de vidrio y pigmentos sobre madera. 43 x 36 x 4 cm.

Sería difícil encontrar un rasgo estilístico-formal común a toda la música que consideramos de nuestro agrado. De hecho, encontrarlo sería preocupante pues indicaría una falta de apertura básica para una sensibilidad medianamente cultivada. Mal juzgaríamos a un fanático del reggae que solo escuche esa música; qué cerrado, qué cuadrado, pensaríamos.

Pero puede haber otras características, que aglutinen bajo su alcance una variedad considerable de estilos musicales, épocas, idiomas o estéticas. Cualidades, si se quiere, de actitud. Me gusta la música contestataria, diría uno. Entran desde los dodecafónicos de principios del siglo XX, que revolucionaron la música académica romanticista, hasta Calle 13 con su rap suburbano boricua. Es un rasero ético, englobador, casi metafísico.

A mí, por ejemplo, me gusta que la música tenga algo de desfachatado. No me llevo bien con la solemnidad ni con las grandes pretensiones. Valoro que un Charly García, por ejemplo, diga en medio de un tema, durante un recital para la televisión, que se olvidó la letra -y que el público se ría y el show must go on. En la música local de la década pasada y lo que va de esta, se ha extendido hasta un nivel casi de cliché.

Por eso Doris es la banda central del canon del indie contemporáneo. Una banda que se formó cuando sus integrantes terminaron el secundario y grabaron su primer disco en plena crisis de 2002, con veintiuno o veintidós años. Desde entonces, cuatro años más de carrera en los que sacaron dos discos y un EP de tres temas (!), todos por un sello con distribución nacional. Hoy tienen treinta y hace once que vienen tocando.

Las presentaciones en vivo de Doris tenían algo de la energía de una obra de teatro. Entraba uno al escenario, había sillones, una mesa, un televisor quizás. Sacaba una guitarra, salía el otro, hola, qué tal, ¿sos de acá? Y al rato empezaba el recital. Un primer disco entre psicodélico, punk, stoner y hardcore, el del medio acústico con reversiones y citas internas, covers, voces invitadas, y el tercero un disco de madurez, con canciones compuestas por casi todos los músicos y un sonido complejo, no apto para música de fondo.

Doris pasó en cuatro años del rock de garage psico-punk a la delicadeza de la canción construida como un orfebre que talla una roca que, de tan pura, solo puede ser destruida para contemplarse. Ida y vuelta.

De ahí salieron todas las líneas del indie actual: el acústico de fogón, el cantautor para minitas de Cabo Polonio, el pogo del rock platense, los agudos chistosos de historias de amor. Lograron que un barbudo golpeando latitas con palitos chinos pudiera tocar en una banda de rock… sin que lo escupan.

HISSING FAUNA, ARE YOU THE DESTROYER? (2007)

of Montreal es una banda inquieta. Hissing fauna, are you the destroyer? empieza con un indie pop/rock más o menos convencional pero muestra algunas de las señas distintivas de la banda: las voces sobregrabadas de Kevin Barnes; guitarras agudas mezcladas con teclados setentosos bien al frente; juego, mucho juego, con los clichés del rock (batería contando la entrada “not like that/ not like that”)

“Sink the seine” ya nos dice: llegó la experimentación. Desde el patinado del inicio hasta los delays y el ¿estribillo? distorsionado con ese sonido perforador e inquietante. “Solo quiero que me dejen solo, ¿es mucho pedir?”, llora este malogrado y genial cantante, antes de un riff típico de la banda, que termina en fade out. Y los teclados de iglesia de “Cato as a pun” introducen una fiesta de lo más delicado de la música de esta década.

Qué decir sobre, por ejemplo, “Heimdalsgate like a Promethean curse”, ese himno al mandar todo al carajo. Hissing fauna es terriblemente autobiográfico. Después de The sunlandic twins (2005) Barnes afrontó una depresión que lo tuvo varado en Noruega (“pasé el verano al borde de la locura mental/ viviendo en Noruega”), le nació una hija y encima después se separó. De ese quilombo salió el disco (“mostrame que las cosas pueden ser lindas”).

Cómo hace para pasar de eso a la alegría cirquera posmo de “A sentence of sorts in Kongsvinger” es algo que nunca podremos saber ni dejar de admirar. Sale de su depresión durmiendo (“simplemente dormí mucho/ simplemente dormí”).

Después viene el núcleo duro del disco, un viaje de 12 minutos llamado “The past is a grotesque animal,” con una letra construida a partir de sentencias muy fuertes y personales: “ninguno de nuestros secretos es físico”, “sin importar dónde estemos/ siempre nos conectaremos por cables subterráneos”.

La segunda mitad del disco enfatiza las mejores líneas que venimos hablando: ironía, exquisitez pop, producción impecable, ritmos bailables, escritura autobiográfica, electrónica al palo pero bajo control. Hissing fauna es un disco ideal para escuchar con auriculares muchas veces. El middle-8 de “Labyrinthian pomp” tiene unos evidentes aires pinkfloydianos del Lado oscuro de la luna que uno no sabe si tomarlos como irónicos o como homenaje. En of Montreal, seguramente, sería lo mismo.

Era imposible dejar afuera de esta lista a una banda tan impresionante como of Montreal. Su uso de la música electrónica suena auténtico, necesario, para el desarrollo del genio creativo de Kevin Barnes, su constante innovación y crecimiento desde March of the gay parade hasta este disco y más allá. Como obra acabada, Hissing fauna cierra por todos lados. Lo indie, en la música de los 2000, se puso a la altura de las circunstancias. Escuchar este disco por primera vez es una de las experiencias más gratificantes que pueden existir en el mundo del arte, comparable a ver el “Guernica” de Picasso. ¡Salud!

Un excéntrico dramón lorquiano

Mariana Pineda

Lola Banfi, en el papel de Mariana Pineda.

En la variada oferta teatral de Buenos Aires no puede dejar de verse Mariana Pineda, de Federico García Lorca, en El excéntrico de la 18. La delicada versión, dirigida y adaptada por Paula Banfi, es minimalista y compleja a la vez. Ochenta años después, la trágica vida de una mujer cruzada por el amor y la libertad no deja de ser actual.

Mariana Pineda es una joven andaluza que borda, en secreto, una bandera de la República en la España católica y monárquica de fines de la década del 20. Pero no lo hace solo por amor a la libertad, sino que es don Pedro de Sotomayor, su amante, quien se la pidió como emblema para su alzamiento. La encrucijada que se le plantea a Mariana surge al ser descubierta su bandera por Pedrosa, juez local y amigo suyo, quien la denuncia ante su negativa a darle los nombres de los conspiradores. Mariana es, entonces, sentenciada a muerte.

Muchas veces el espectador medio se siente desalentado ante las puestas contemporáneas de obras clásicas. A ellos les decimos que no se desanimen: acérquense a Lerma 420 para disfrutar de lo mejor de ambos mundos. La puesta de Paula Banfi consta de un escenario amplio y despojado, sin paredes, telón ni bastidores. Los actores que representan la escena se ubican en el medio, quedando los demás contra los bordes, expectantes. Por momentos colaboran con la ambientación, trayendo recuerdos o escenas distantes en forma de ruidos o pequeñas «escenas dentro de la escena» que llenan de contenido a una acción más bien escasa.

Otro factor novedoso y bien aprovechado en esta adaptación es la iluminación. Entre cada una de las tres escenas que componen la obra, los actores dan vueltas en círculo envueltos en una densa y tenebrosa luz azul, al ritmo de un sofocante tic-tac. Cuando Mariana está en la cárcel, por el contrario, solo un foco amarillento ilumina su rostro apenado, que destila incredulidad y dolor.

Como todo dramón lorquiano, abundan aquí los elementos simbólicos: el chal negro de Mariana, al comienzo de la obra, contrasta con el vivaz rojo de su amiga Amparo, evidenciando sus personalidades. Cuando dice que «se avecina una tormenta», está anunciando el destino de nuestra heroína. Y así sucesivamente. Por momentos, podría observarse, el quisquilloso apego al texto en verso original (plagada de «tu» y «vosotros») resulta en una pérdida de contemporaneidad tan bien lograda desde la puesta en escena.

Párrafo aparte merece la magistral música de Diego Banfi. Su guitarra, principal instrumento que acompaña toda la representación, nos lleva por los desérticos campos de Granada junto a los temores y pasiones de los complejos personajes. Perfectamente ensamblada con la iluminación y los diálogos, la música en esta versión de Mariana Pineda es, podría decirse, un elemento central en la tensión dramática.

Excelsa es, asimismo, la actuación estelar de Lola Banfi (no, no es casualidad: son todos hermanos). Personificando a una frágil joven de provincias, en sus más bajos momentos, o a una mártir apasionada por la libertad, en su clímax de tensión, la actriz logra expresar todos los matices con gran soltura.

Mariana Pineda, de Federico García Lorca. Dirección: Paula Banfi. Domingos, 20 hs. El excéntrico de la 18, Lerma 420. Reservas: 4772-6092 (de 16 a 21 hs). Entrada general: 20$. Estudiantes y jubilados (con acreditación): 15$.