El piano de la imaginación

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Placa recordatoria en la ciudad de Dublín, Irlanda, hogar de Ludwig Wittgenstein entre 1948 y 1949. Foto: cortesía Dublin Opinion.

«De lo que no se puede hablar, mejor es callar». Escuché, asombrado, por primera vez, la frase de Ludwig Wittgenstein, en 4º año, en la clase de filosofía, en una traducción un tanto libre de mi profesora: «De lo que no podemos hablar, mejor nos callamos la boca». Desde entonces, su nombre de quedó rebotando en mi cabeza.

Nacido en 1889 en la efervescente ciudad de Viena, durante su infancia el pequeño Wittgenstein correteaba por entre las piernas de Gustav Mahler y Sigmund Freud, asiduos invitados de sus padres. Inclinado hacia la aeronáutica, estudió ingeniería en Berlín y Manchester. Sus intereses se volcaron a la matemática y – posteriormente – a la lógica luego de leer los Principia mathematica de Bertrand Russell. En 1912 viajó a Cambridge para estudiar con el maestro. Poco tiempo después decidió retirarse a filosofar en soledad a Noruega.

En 1914 estalla la Primera Guerra Mundial. Nuestro joven estrella se alista en el ejército austro-húngaro. Entra en combate en el cuerpo de artillería. Durante estos años escribe, en cuadernos de apuntes, lo que sería el Tractatus logico-philosophicus. Hacia el final de la Guerra es apresado en Italia, donde pasa casi dos años en un campo de prisioneros. Pausa. ¿Se entiende la imagen? Wittgenstein, un austríaco medio loco de 25 años que en medio de la Primera Guerra Mundial se recuesta en la trinchera, con los morteros al lado y las balas de los ingleses volando por sobre su cabeza, a escribir un tratado «logico-philosophicus» que pretendía cerrar de buenas a primeras con 30 siglos de discusión filosófica.

Se comenta que Wittgenstein no era una persona fácil de tratar. Su maestro Bertrand Russell escribe el hoy famoso prólogo a la primera edición del Tractatus, publicado (tanto el libro como el prólogo) sin conocimiento del autor en 1921, por lo cual se ganó su desprecio. En los siguientes años lleva una vida retirada, ejerciendo de maestro de escuela y de jardinero en un convento hasta 1929.

En el año de la Gran Depresión retoma sus estudios filosóficos en Cambridge, donde en 1937 sería nombrado catedrático. Ejerce hasta 1947, interrumpido solo por un breve período en el cual ejerció como enfermero voluntario durante la Segunda Guerra Mundial. Murió en Cambridge en 1951, producto de un cáncer.

Su pensamiento es sin duda uno de los más influyentes del siglo XX. Cuando (le) publica(n) el Tractatus logico-philosophicus, en 1921, surge un grupo de fervientes seguidores que serían conocidos como el «Círculo de Viena». Integrado por pensadores de la talla de Rudolf Carnap y Otto Neurath (único sociólogo del grupo), los vieneses definieron desde el principio al objeto de la filosofía como «el análisis lógico del lenguaje». Despreciaban la metafísica por «pseudo-ciencia». Pero lo más interesante es que cuando le dijeron a Wittgenstein de la existencia de este club de fans, él no quiso saber nada: ya pensaba otra cosa.

Uno de los aspectos más interesantes de su segundo libro, Investiga- ciones filosóficas (publicado póstumamente en 1953), es que en él reniega de su pensamiento anterior. De hecho, en algunos pasajes critica «al autor del Tractatus logico-philosophicus» (1). Es en este libro que define su concepto «juego de lenguaje» (básicamente, la relación entre las palabras y las cosas; no hay un «significado», sino que depende de cómo las palabras se usen en el lenguaje, § 43). El concepto sería reto- mado por los llamados «filósofos analíticos», que realizaron interesantes trabajos (que persiguen hasta hoy) sobre los «actos de habla» y el aspecto «performativo» del lenguaje (J. L. Austin, uno de los más interesantes representantes de esta corriente, tituló a su libro más conocido Cómo hacer cosas con palabras).

La escritura fragmentaria de Wittgenstein es extraña, y choca al lector acostumbrado a leer filosofía. El Tractatus son 7 puntos, el último de los cuales es la frase citada al principio, y los anteriores están divididos, por ejemplo está el parágrafo 5.5563, y después viene el 5.557, etc. Pero consta de un lirismo poco frecuente en esta rama del saber: «pronunciar una palabra – dice – es como tocar una tecla en el piano de la imagi- nación» (2).

(1) Ludwig Wittgenstein, Investigaciones filosóficas, Barcelona, Instituto de investigaciones filosóficas UNAM-Crítica, 1988, p. 41.

(2) op. cit., p. 23.

Un comentario en “El piano de la imaginación

  1. El Círculo de Viena no fue un club de fans de Wittgenstein. Hahn, Neurath y Frank se reunían desde 1908, pero la Gran Guerra interrumpió sus actividades y Hahn no volvió a Viena hasta 1921. Fue entonces que Schlick reorganizó y formalizó las reuniones bajo el nombre de Sociedad Ernst Mach: si vamos a trivializar la cosa hablando de club de fans, el aludido sería Mach, no Wittgenstein, por más que el Abhandlung haya sido una constante de debate en el grupo una vez publicado.
    Aparte, los filósofos oxonianos (Austin, Strawson, Ryle) desarrollaron su filosofía del lenguaje independientemente de Wittgenstein y los demás cantabrigenses. Austin dio las lectures que luego se publicarían como «How to do things with words» apenas un año después de la traducción de Anscombe de las Untersuchungen y no hace ninguna referencia al mismo, por lo que se considera ya un hecho que no lo había leído antes de publicarlo.

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